Acompaña a Sina McCullough, doctora en nutrición, en su búsqueda por descubrir verdades sobre la alimentación y la salud. Científica de formación y periodista por naturaleza, Sina ofrece datos y perspectivas sobre cómo vivir de forma saludable, feliz y libre.
Las emociones afectan nuestra biología —las mejillas se enrojecen cuando nos sentimos avergonzados, las palmas de las manos sudan cuando estamos nerviosos y el corazón se acelera en momentos de emoción intensa. Pero, ¿pueden los sentimientos matarnos?
No comprendí del todo cómo las emociones pueden influir en nuestra salud física hasta que vi a mi madre curarse de una docena de enfermedades crónicas, para morir unos meses después.
De una muerte cercana a una recuperación milagrosa
Durante décadas, mi madre soportó la pesada carga de una enfermedad crónica. Lo que empezó como una enfermedad renal a los veinte años se transformó en un sobrecogedor abanico de afecciones: cardiopatías, diabetes de tipo 2, hipotiroidismo, artritis, cáncer de piel, pancreatitis, convulsiones y pólipos de colon.Llegó un momento en que su vida cotidiana estaba condicionada por 15 medicamentos y las visitas al hospital eran rutinarias. Nuestra familia vivía bajo una nube constante de ansiedad, siempre preparándose para la siguiente crisis.
Entonces sobrevino la tragedia —falleció mi padrastro, su compañero de toda la vida. Abrumada por el dolor, mi madre se mudó conmigo. Para entonces, su riñón trasplantado ya era una causa perdida y los médicos descartaron cualquier esperanza de recuperación. No podía permitir que ese fuera el capítulo final.
Decidida a reescribir su historia, introduje un enfoque holístico en su tratamiento. Revisé su dieta, corregí sus carencias nutricionales, incorporé movimientos suaves y la ayudé a superar su dolor.
En siete meses, todas las enfermedades que la aquejaban durante décadas desaparecieron, excepto la hipertensión y sólo tomaba tres medicamentos. Aunque seguía tomando dos medicamentos para la tensión, la dosis se redujo considerablemente.
A pesar de tener unos 70 años, su estado físico era el mejor de los últimos 50 años. Sus médicos estaban asombrados —todas las pruebas eran normales. No había signos de enfermedad o inflamación en su cuerpo.
Sin embargo, pocos meses después, murió.
Cuando la angustia se convierte en realidad
En el aniversario de la muerte de su marido, mi madre sintió un dolor agudo en el pecho que la llevó a urgencias. Los médicos le diagnosticaron una miocardiopatía inducida por el estrés —más comúnmente conocida como corazón roto.Aunque dejó de tomar casi todos los medicamentos, su tensión arterial seguía siendo alta —un testimonio silencioso del dolor que impulsaba su biología.
Cuando regresó a casa del hospital, me esforcé aún más por mejorar su bienestar emocional —contraté a un consejero de duelo, a un sanador energético e incluso le busqué un amigo. Pero, al final, su corazón sucumbió al dolor abrumador del que no podía escapar.
Lecciones de un corazón roto
La historia de mi madre es a la vez un faro de esperanza y una advertencia.En sus últimos días, confesó que anhelaba la muerte para reunirse con su marido en el cielo. Sin embargo, aunque su espíritu anhelaba partir, su cuerpo demostró una notable capacidad de curación cuando recibió el apoyo adecuado.
Su historia nos enseña que no basta con curar el cuerpo, también debemos cuidar nuestro corazón y nuestra mente, abarcando la totalidad de nuestra experiencia humana.
La ciencia de la creencia: Efectos placebo y nocebo
Sus creencias alteran su paisaje emocional y, al hacerlo, cambian su biología.Imagine que se recupera de una enfermedad después de tomar una pastilla de azúcar. No es magia, es el poder de la creencia, conocido como efecto placebo. Cuando confiamos en que un tratamiento funcionará, nuestro cuerpo puede activar procesos curativos innatos. Todo lo que tiene que hacer es creer.
Un estudio de Stanford demostró en 2018 que nuestras creencias moldean literalmente nuestra biología en tiempo real. Después de que los participantes ingirieron una comida, se les midió la leptina en sangre, una hormona que señala la saciedad. Una semana después, los investigadores dijeron a alguno de los participantes que tenían un gen que los protege de convertirse en obesos, incluso si no lo tenían. A continuación, se les dio la misma comida y se les volvió a medir la leptina. Las personas que pensaban que tenían el gen protector produjeron dos veces y media más de la hormona de la saciedad, aunque alguna de ellas no lo tuvieran.
El simple hecho de creer que estaban protegidos genéticamente desencadenó un cambio fisiológico medible. Las creencias de los participantes prevalecían sobre sus genes.
Por otro lado, las creencias negativas pueden ser igual de poderosas, lo que se conoce como efecto nocebo. El Framingham Heart Study —uno de los estudios más influyentes sobre enfermedades cardíacas— reveló que entre las mujeres con factores de riesgo similares, como hipertensión y diabetes, las que creían que eran propensas a padecer enfermedades cardíacas tenían casi cuatro veces más probabilidades de morir de aquellas que no albergaban esa creencia.
Cuando nuestra mente se obsesiona con la enfermedad, puede que la provoquemos sin querer.
¿Está escuchando la sabiduría de su corazón?
La historia de mi madre nos recuerda que, en el delicado equilibrio de la vida, los susurros del corazón importan tanto como la dieta, el ejercicio y cualquier suplemento o medicamento. A veces, el fármaco más potente procede del interior — de cómo procesamos el dolor y enmarcamos nuestras creencias sobre nuestra propia salud.Mientras recorre su camino —ya sea luchando contra una enfermedad crónica, afrontando una pérdida o luchando por una vida más vibrante— recuerde que sus pensamientos y emociones son poderosos aliados.
Todos los días tenemos la oportunidad de aprovechar este poder interior. Una palabra amable para si mismo, una breve pausa para reconocer sus emociones o incluso un cambio deliberado de perspectiva pueden desencadenar una cascada de curación en todo su cuerpo.
Poco antes de morir, mi madre me dio un consejo que sigue resonando en mi corazón. En un momento en que me sentía abrumada por los retos de conciliar familia y trabajo, me miró a los ojos y me dijo: «No te pases la vida preocupándote porque, al final, no importa. Disfruta de tus hijos, disfruta de tu marido, eso es lo que de verdad importa. Regálales amor cada día, porque, al final, lo único que importa es que te sientas querida».
Sus palabras atraviesan el ruido del estrés diario y nos recuerdan que la curación más profunda viene de alimentar nuestra vida emocional.
En un mundo tan acelerado como el nuestro, en el que el estrés y la productividad sin fin suelen dominar, su sencilla verdad nos insta a honrar el corazón, la esencia misma de lo que somos. Deje que sus palabras le inspiren a invitar más amor y risa a su vida diaria. Puede que descubra, como yo, que la curación más profunda reside en su propio corazón.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente reflejan la opinión de The Epoch Times.
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