Opinión
Los políticos en el poder de todos los colores en México comparten una característica: siempre se llenan la boca con el tema de la cultura. Las referencias a la cultura llenan sus discursos y a veces la misma se ha beneficiado de sus políticas.
Durante el largo período de su hegemonía política, debe reconocerse que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tuvo gobiernos que crearon una sólida infraestructura cultural y de esa manera fueron mecenas de escritores, dramaturgos, artistas plásticos, músicos, cineastas, etcétera, quienes a pesar de los subsidios gubernamentales tuvieron una gran libertad creativa.
Quizás fue la herencia originaria de la Revolución mexicana que auspició en el aspecto cultural y educativo a José Vasconcelos, un espíritu libre y con afanes de titán. Finalmente un opositor de los generales revolucionarios, aunque cuando pudo hacerla estos nunca estorbaron la obra cultural que auspició.
Junto con esos gobiernos, instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fueron a lo largo del tiempo pilares de la vida cultural. Sus ediciones de autores clásicos son un gran patrimonio; recuperaron obras de la cultura universal, pero también alentaron a los ensayistas, poetas e historiadores del país.
La UNAM auspició espacios para las manifestaciones culturales: los conciertos, las obras de teatro, los cine clubes, sitios emblemáticos como la Casa del Lago, una de las grandes revistas culturales de México —un país con historia de grandes revistas del género— como fue la Revista de la Universidad de México hasta la dirección que tuvo del escritor ya fallecido Ignacio Solares, pues más tarde con Guadalupe Nettel se convirtió en una serie de aburridas monografías y ahí sigue, avalando su propia mediocridad. Lo más importante ahora para la Coordinación de Cultura universitaria es, según declaró su directora Rosa Beltrán, promover el "lenguaje inclusivo". De esa manera podrán coincidir ahora con los políticos en lugar de mantener la autonomía de espíritu que es propia de la Universidad.
Los gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN), surgidos de la transición democrática de México, concibieron la cultura como un gran mercado y sus productos como una interesante mercancía política que terminaron por no vender. Sus dos sexenios pasaron sin pena ni gloria, quizás su único legado consiste en una horrenda torre ahora apagada llamada Torre de Luz.
A pesar de todo, la institucionalidad cultural quizás sin los brillos pasados se mantuvo como uno de los pilares del Estado mexicano. Hasta ahora, cuando después de seis años y medio de gobierno del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), somos testigos de las ruinas del sistema cultural mexicano y, de alguna suerte, en esta destrucción y decadencia, de una ruina cultural general vigente en el país.
Por donde se vea hay ruinas. Las esperanzas de una etapa de dinamismo y trascendencia que el gremio cultural tuvo con la llegada al poder de este Partido se diluyeron. Y no sólo es una mediocridad como la panista, se trata de una destrucción a partir del despotismo burocrático, de la ausencia de proyecto, de la intrusión de la demagogia, la ignorancia y el populismo rascuache confundido como ideología y la ideología como cultura, entre más baja mejor, si se puede llegar a la bajeza, magnífico.
El Fondo de Cultura Económica (FCE), convertida luego de décadas de trabajo en la mejor editorial de habla hispana, es ahora el juguete rabioso de su director, Francisco Ignacio Taibo, quien ha logrado arruinar su proyección dentro y fuera de las fronteras de México. Las feas ediciones de folletos revolucionarios y baratos no son parte de la misión de esta editorial. Los textos del ex diplomático Gerardo Ochoa Sandy relatan el patético proceso de deterioro de lo que fue una gran institución.
La Biblioteca de México y la Biblioteca Vasconcelos que dependen de la Secretaría de Cultura que dirige Claudia Curiel de Icaza acaban de ser cerradas por falta de mantenimiento. Sin luz en varios espacios, computadoras descompuestas en las salas de estudio, baños sin aseo, plaga de chinches, etcétera. Los trabajadores de las dos grandes bibliotecas mexicanas estuvieron haciendo denuncias sin que se les hiciera caso.
La destrucción cultural queda clara con el gobierno de la presidente Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México, así que no puede esperarse una corrección de rumbo, si la visión de la cultura es la del “glorioso” pasado pero ese pasado es visto con escolaridad elemental, oscilante entre el humo de las limpias y la corrección política woke.
Ahí está, como símbolo, la ruina de la Glorieta Colón. En un abuso ideológico producto de la ignorancia se quitó la hermosa estatua del descubridor Cristóbal Colón y quedó sólo la huella de un vacío, el vacío cultural del régimen. Y quizás como amor a la fealdad y por tener seguidores, la avenida Reforma se ha llenado desde la Alameda hasta la Torre de Luz en un lugar lleno de puestos de fritangas y de piratería china.
La idea de cultura actual es la de los grandes conciertos de música a la altura suficiente de la vulgaridad y el mal gusto. Grandes concentraciones en el Zócalo de prescindibles artistas de moda. Hasta corridos a los narcos se han auspiciado. Así que no extrañe la exaltación de los narcocorridos que el propio gobierno propicia.
Quizás debemos ya de cancelar la idea del Estado mexicano como un promotor de la cultura. Sus actuales funcionarios no tienen idea sobre la cultura, ni respeto a sus creadores ni a sus trabajadores. La han privatizado en sus edificios, para sus amigos o cófrades; sus ideólogos son caricaturistas, quizás por ello su idea de cultura es una caricatura.
Al final del día, la cultura va a estar en otro lado. Yo siempre he pensado que en lo que a mí respecta así debía ser y por ello siempre mantuve la distancia con el aparato cultural, aunque no me alegra esto que ha pasado a ciencia y paciencia del establishment cultural mexicano, de donde por cierto no ha surgido ninguna protesta seria. Estamos solos y, sin embargo, la cultura en México seguirá brotando como una flor de más de cien días.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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