Opinión
Recientemente durante un concierto de corridos en Guadalajara, un grupo musical proyectó la imagen del líder del poderoso Cártel que nació en Jalisco. Y fue celebrado y vitoreado por 11,000 jóvenes
Este Cártel tenía en Teuchitlán, a pocos kilómetros de donde se celebró el concierto, un campo de reclutamiento forzado de jóvenes, que si no aceptaban ser sicarios o no servían para ello eran asesinados.
Este era el destino de jóvenes pobres, mujeres y hombres, desaparecidos durante años, a quienes se les engañaba con la promesa de trabajo.
Así se acumularon denuncias de que en la Estación de Autobuses de Tlaquepaque desaparecían jóvenes. Ninguna autoridad ni municipal ni estatal ni federal hizo nada sobre esto, ni sobre la existencia del Campo de Teuchitlán.
Pero de pronto un grupo de madres buscadoras muestra al mundo las evidencias de los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Campo de Teuchitlán.
Pero entonces, si esto es público, ¿por qué esos 11,000 jóvenes festejaron tan alegremente en el concierto a la imagen del jefe psicópata que ordena esa clase crímenes?
El escándalo por esto se dirigió hacia la responsabilidad del grupo musical, o hacia la Universidad de Guadalajara —pues se trata de un espacio universitario donde se efectuó el concierto—, pero nadie cuestionó lo más importante: ¿por qué el responsable de atroces crímenes contra jóvenes como ellos fue vitoreado y celebrado?
Me parece que hemos normalizado ya la degradación moral en la sociedad mexicana. De hecho se han trastocado los valores de empatía, compasión, ética, belleza, normalidad, solidaridad, camaradería, crítica, trabajo, verdad, heroísmo.
Pero, ¿cuál es el origen de esta realidad, de la descomposición de la sociedad mexicana, que a los ojos de una gran parte del mundo corresponde a un país cruel, corrupto, precisamente descompuesto?
Un país donde actualmente impera la violencia y crueldad contra jóvenes pobres como los del Campo de Teuchitlán, pero también contra mujeres y animales —somos el segundo país en el mundo, solo después de China, en crueldad y maltrato animal—, contra los indefensos.
Quisiera encontrar luces en una estación demasiado oscura de la historia mexicana. Es México un país donde prevalecen esas estaciones sin luz, como aquella época en la cual se ahorcaba a campesinos católicos por el simple hecho de creer en la Virgen.
El intento por parte del gobierno de Claudia Sheinbaum de encubrir la realidad del Campo de Teuchitlán, ¿tuvo que ver con la exaltación del líder criminal en el concierto de Guadalajara?
Hubo una campaña oficial y oficiosa por parte del actual gobierno para tratar de demostrar que el Campo de Teuchitlán era un montaje o un conflicto con los partidos de la desprestigiada oposición.
Pero antes, desde el púlpito presidencial, se exoneró a los criminales "porque ahora el gobierno los cuida", "porque también son humanos" según palabras del expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Charles Péguy, un filósofo francés que murió como soldado en la Primera Guerra Mundial, advirtió acerca del peligro de que un gobierno se basara exclusivamente en la propaganda, pues esa demagogia convincente habría de instaurar la mentira como política pública y degradar así la moral de una sociedad.
Con el obradorismo se instauró plenamente desde el poder presidencial, la propaganda de la peor especie como reafirmación de ese poder y entonces la mentira, la manipulación del resentimiento social, la repetición enajenante de frases hechas para manipular, el odio inducido contra falsos enemigos, han contaminado la vida pública.
En el inconsciente colectivo se ha sembrado la idea de que las organizaciones criminales son todopoderosas. Algunas acciones coordinadas por el secretario de seguridad, Omar García Harfuch, golpean a niveles medios o bajos de estas organizaciones. Y no se observa ninguna estrategia. En el balance el Estado todavía es muy débil y, a pesar de todo, la fuerza la representan los criminales.
Cuando el discurso presidencial se degrada, se degrada la institucionalidad de un país. Gabriel Zaid contabilizó 190 formas distintas en que el presidente López Obrador denominó a sus adversarios políticos o a los segmentos sociales, como la clase media, que le caían mal.
El insulto se convirtió así en una política y la propaganda se instauró como eje sustantivo de la labor de gobierno.
La presidente Claudia Sheinbaum ha continuado esto sin la singularidad del anterior presidente, pero mantiene su "mañanera" y a su aparato de propaganda que lo dirige Jesús Ramírez Cuevas, el mismo funcionario presidencial del pasado sexenio.
El resultado es que la vida pública gira en torno totalmente al presidencialismo y que el discurso presidencial, al dejar de ser de Estado, se convierte en la expresión de un gobierno faccioso que no tiene políticas públicas y todas sus acciones giran en torno a la propaganda de bajo nivel para mantener y enaltecer su poder.
La degradación del lenguaje presidencial convertido en faccioso ha contribuido así al retorno de los peores momentos del culto vulgar a la personalidad presidencial siempre fracasada, pero también a la degradación de la moral pública.
Este es el contexto en donde miles de jóvenes festejan al verdugo de otros jóvenes, de otros mexicanos. La regeneración, sin duda, se convirtió en una degeneración.
Nota Bene:
Al demoler la justicia en México, esta vendrá del ámbito internacional, tal como de alguna manera lo anuncio con mi pasado artículo sobre la Corte Penal Internacional (CPI). La Comisión de Desapariciones Forzadas de la ONU dicta medidas cautelares contra el Estado Mexicano por el caso del campo de Teuchitlán. Es posible que esta denuncia sea llevada a la Asamblea General de la ONU.
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